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Crítica TAKE SHELTER

Excelente intriga psicológica que bajo su sencillez trata complejos problemas del ser humano contemporáneo y su sociedad.

Take Shelter

Take Shelter no es una buena película. Es mejor que eso, es una película atípica.

En un tiempo donde lo inusual se rechaza como anómalo, el carácter y tono concentrado del guión y dirección de Jeff Nichols en este segundo largometraje, se agradecen. La industria ha impuesto la corrección política y el tono amable hasta asfixiarnos. Y precisamente de eso habla Take Shelter, de la autenticidad de lo extraño por el mismo hecho de serlo. Y de una pandemia de la que casi nadie habla, la de las enfermedades mentales.

Take Shelter es la historia de una familia situada en la cómoda clase media norteamericana, cuyos miembros se afanan en los pequeños sueños que les permiten sus ingresos, como unas modestas vacaciones en la playa; y también superar las dificultades que les acechan, como la reciente sordera de su hija, a la que quieren proporcionar un implante cloquear.

Sin embargo, el padre (Michael Shannon) empieza a tener extrañas percepciones y sueños acerca de una tormenta devastadora que arrasará su casa. Acomplejado por su origen esquizofrénico por parte de madre (Kathy Baker), que le abandonó a los 10 años por este motivo, oculta sus sensaciones, pero empieza a comportarse de modo extraño: encierra a su perro, rechaza el contacto familiar, se separa de su mejor amigo y, sobre todo, se obsesiona con la construcción de un refugio anti-tornados.

El guión de Jeff Nichols aprovecha este trastorno para hablarnos de algunas angustias del hombre contemporáneo. Y aquí entronca con otra película anómala pero excelente del gran cineasta Michael Winterbottom, Génova (2008), donde su protagonista se enfrentaba a 3 miedos del hombre urbanita: que su mujer le abandone, que su hija pequeña se pierda y que su hija adolescente se lance a follar sin control.

En Take Shelter se reproducen estos 3 miedos con variaciones, pero no dejan de ser una representación de cualquier circunstancia anómala que puede dejarnos fuera del entramado social que tan laboriosamente hemos tejido y al que nos esforzamos por pertenecer. En la película resulta verosímil el progresivo aislamiento al que se somete quién padece una enfermedad mental, sin aspavientos ni sentimentalismos. Y en una espléndida secuencia en su tramo final, nos muestra una de las claves para su superación: que el paciente aborde su enfermedad de modo consciente.

Para narrar estas complejidades el guionista y director ha contado con Michael Shannon, un brillante secundario al que muchos descubrimos en apenas 2 secuencias de Revolutionary Road (Sam Mendes, 2008), aquél matemático loco que desbrozaba en un pispás el puzzle sentimental de los personajes de Kate Winslet y Leonardo DiCaprio.

No menos importante resulta el extraordinario trabajo de Jessica Chastain, actriz cada vez más cotizada que borda uno de los más sólidos y verosímiles papeles femeninos de los últimos tiempos, sin reivindicaciones innecesarias y pleno de racionalidad y sentimientos, nada de sentimentalismo. Algunas de las mejores frases del guión, cortando los comentarios de su amiga o planeando con su marido cómo salir adelante económicamente, son suyas.

Take Shelter avanza e hipnotiza pisando un terreno muy difícil: el carácter precognitivo del ser humano, un secreto que aún no hemos llegado a desentrañar. Y también nos hace ver algo más terrorífico: el diseño de una sociedad que separa de modo implacable a quién no sigue estrictamente sus normas de comportamiento. Tampoco debe escaparse la metáfora que sobrevuela toda la historia: algo huele a podrido en el mundo que habitamos, lo presentimos, pero aún no sabemos qué es.

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