Hay una frase de Jean Cocteau que encuentras a poco que leas sobre cine: «El cine es filmar a la muerte haciendo su trabajo».
Aunque parezca enigmática y cabalística, describe una realidad: el cine es el único arte que captura momentos que ya no vuelven a suceder, que mueren en el preciso instante de ser captados. También podría aplicarse a la fotografía, pero el cine vence porque añade una fracción de tiempo.
No importa que esos momentos sean fruto de un guión y de la interpretación de unos actores repetida en varias tomas, cada una de ellas es único. El cine captura algo que dejará de existir, que va a morir, tras el preciso momento de ser filmado. Es la esencia de cineastas desde Jean Renoir a Víctor Erice.
Richard Linklater es uno de los cineastas que sigue ese precepto. Por eso sus películas están llenas de planos secuencia donde los actores improvisan sobre sus sentimientos, que no son otros que los de sus personajes. O al revés.
Linklater es en este momento un cineasta clave. El cine está vertiginosamente volcado en lo digital, que ha traído grandes ventajas a la creación, distribución y conservación de las películas. Pero también es un gran riesgo para su esencia. En el cine digital la captura de lo efímero no existe, desaparece, puesto que las imágenes son una recreación mecánica de la realidad. Cualquier secuencia digital puede ser reconstruida a la perfección por otra máquina u otro ordenador de características similares.
Por tanto, capturar (de ahí la mano en la secuencia de Varda) el momento único de un cielo nublado o el adelantamiento de un camión, es grabar un instante único que no volverá a darse, es inmortalizar lo efímero, es filmar a la muerte… trabajando.
Agradecimientos a Carlos F. Heredero, Carlos Reviriego, Paloma Pineapple y Rafa Antón.