El mundo del cine debate estos últimos años si el cine digital es realmente cine. No os sorprendáis. El estreno de Avatar (James Cameron, 2009) supuso para muchos cineastas, historiadores y críticos el final de cine.
Para ellos, el cine es la más completa de las artes ya que es la única que resulta capaz de “capturar a la muerte trabajando”. Detrás de esta frase acuñada por Jean Cocteau está la auténtica esencia del cine como arte para muchos, su capacidad para inmortalizar un instante que no volverá a repetirse jamás. Incluso si es fruto de un guión y de la repetición de una toma por los mismos actores, es un acto único e irrepetible que quedará filmado para la eternidad y que es diferente del que se ha filmado inmediatamente antes y del que se rodará después. La carrera y filmografía de cineastas fundamentales como Jean Renoir, los neorrealistas, la nouvelle vague e incluso contemporáneos como Víctor Erice o Richard Linklater está construida bajo este precepto.
Sin embargo, la tecnología aplicada al cine ha roto este empeño, esta capacidad. Mediante las técnicas digitales y el uso de los ordenadores una secuencia de, por ejemplo, Avatar, pueder ser reproducida de modo idéntico, con total y diáfana exactitud, de modo que nadie pueda reconocer cual es la original y cuál es la copia. El cine, de pronto, ha dejado de captar momentos únicos para ser una fábrica de imágenes bajo demanda, a discreción, prediseñadas, sin poesía, sin vida. Sin cine.
Por fortuna o por desgracia, según a quién se pregunte, este debate es algo que resulta ajeno al espectador medio, cuyas idas y venidas a la sala dependen más de modas, crisis económicas, confluencia de películas-evento o fenómenos mediáticos. Sin ir más lejos, el número de espectadores de cine ha caído en España en el primer semestre de 2015 tras el récord que supuso durante 2014. Si para los más ortodoxos el cine digital es la muerte del cine, para el espectador medio es su resurrección, porque le permite ver mundos o hechos jamás imaginados. Cintas como John Carter, Mad Max: Furia en la carretera, Terminator: Génesis, Interstellar, San Andrés o Del revés serían sencillamente imposibles de rodar si no fuese por la existencia de los medios digitales. El espectador medio demanda novedad y espectáculo, y gracias a estas películas hemos visto cómo podría ser la vida en otros planetas, la vida en la Tierra tras un apocalipsis que nos deja sin combustibles, robots de metal líquido venidos del futuro para alterar el presente, el tiempo como una cuarta dimensión del espacio, cómo se destruye San Francisco con un terremoto o el funcionamiento interno de la mente de una niña de 11 años.
En medio de este debate, de esta disparidad de criterios sobre lo que el cine debe ser o no ser, sobre su ortodoxia como arte o su heterodoxia como espectáculo y negocio, está el crítico de cine. El crítico, además de su habitual labor de enjuiciamiento de la calidad de una obra cinematográfica, debe convertirse en una especie de tamiz que guíe al espectador acerca de lo que va a ver y cómo debe enjuiciarlo. En este blog y otros dedicados a críticas y noticias de cine nos hemos propuesto esa delicada misión.
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