Críticar, aunque sea desde el humor, una sociedad tan conservadora en algunos aspectos como la estadounidense requiere casi siempre de un artificio, de una ficción interpuesta. Hay grandísimos humoristas que demuestran ser refractarios a las críticas haciéndolo sin ese artificio, sin esa máscara, como Louie C.K., Sarah Silverman o Ricky Gervais, lo que demuestra que la estadounidense, por mucho que pese, también es una sociedad con un alto grado de libertad. Algunos de los chistes que realizan esos tres humoristas serían inconcebibles en un país como España o Venezuela, sin ir más lejos.
No es el caso del polifacético y millonario antes de los 30 Seth MacFarlane, padre de ese oso de peluche parlante llamado Ted. MacFarlane es, entre otras muchas cosas, el creador, guionista, dibujante, director y voz de la serie de animación Padre de familia, un fenómeno que compite en popularidad con Los Simpsons. El reconocimiento de MacFarlane llegó con esta serie por su capacidad satírica sobre la sociedad estadounidense a través de una familia disfuncional pero con unos miembros muy reconocibles, donde se mezcla con gran atrevimiento genialidad y grosería. Su respaldo popular es extraordinario.
Ted (2012) fue el salto al cine del imparable MacFarlane. En cierto modo, viene a ser una repetición de lo que ha venido haciendo en todos sus trabajos anteriores en cuento a comedia, pero bajo la premisa que exige el cine comercial. De hecho, Ted originalmente era un guión para otra serie de animación, donde se explotaba ya como protagonista la afición por los animales con comportamiento humano que pueblan muchas de las creaciones del director. Los avances tecnológicos terminaron de convencer a los productores para que Ted se realizase con personajes reales y apuntarse el tanto de ser los primeros en usar unos efectos especiales similares a los de Avatar o El señor de los anillos en una comedia.
Ted 2 es la lógica continuación del éxitazo que supuso su predecesora. Y cumple a rajatabla su mismo esquema: un guión bastante convencional de comedia pero con la capacidad de contener los chistes ideados por su creador, su verdadera riqueza. En esta ocasión, vemos a Ted felizmente casado pero con los problemas habituales de cualquier matrimonio, hasta que su condición no humana le coloca en una situación de alegalidad que le hace luchar por sus derechos.
Olvidando el puro trámite que supone su factura cinematográfica, eso sí, técnicamente impecable, el único mérito de Ted 2 es esconder tres o cuatro momentos hilarantes, altamente incorrectos y que, desgraciadamente, tienen mucho más sentido para el público norteamericano. Las secuencias de la donación de semen y la mención a las Kardashian, el paródico recorrido por la Comic Con, el doblaje de la serie Ley y orden y, especialmente, la asistencia a un club de comedia de los protagonistas, proporcionan los únicos alicientes de esta anodina película.
MacFarlane evidencia que lo que parecía un talento irreverente e indomable en buena parte de su trabajo no es más que otra factoría de generar dólares a paladas. Si el formato televisivo le da cierta permisividad (no sin problemas) para su humor, ese artificio animado, esa máscara para derramar vitriolo sobre el público queda completamente embridada en el cine, donde el personal tiende a recibir mucho peor que le pongan un espejo en la cara. Y eso hay que evitarlo porque es veneno para la taquilla.