Hay vidas destinadas a destacar y la de Malala Yousafzai parece ser una de ellas. Con 13 años alcanzó notoriedad gracias a la escritura de un blog para la BBC bajo seudónimo donde relataba la vida cotidiana bajo el régimen talibán en su ciudad natal, Mingora, en Pakistán.
En 2009, un documental también contaba con la aparición de Malala y su padre Ziauddin Yousafzai reivindicando el deterioro de la educación y la pérdida de clases escolares, especialmente por parte de las mujeres, en el todo el valle del río Swat donde se ubica Mingora.
En 2012, Malala y un grupo de compañeras que se dirigían en autobús al colegio, sufrieron un atentado por parte de unos milicianos talibanes. Malala es la que resulta peor parada con graves daños en el rostro y cráneo que le hacen perder uno de los oídos. Fue trasladada por helicóptero a diversos centros donde se le atiende hasta terminar en Birmingham, donde se establece con su familia para realizar una larga rehabilitación que la recupera casi por completo, gracias a una placa de titanio en su cráneo y un implante cloquear con la que recupera parte de su audición.
Desde ese momento, Malala se convierte en un símbolo para Occidente de la denuncia de los regímenes radicales islámicos. Se escribe un libro sobre su historia, se crea una fundación con su nombre e interviene en numerosos foros internacionales defendiendo la educación infantil. Todo ese protagonismo y simbología de su figura culmina con la concesión compartida del Premio Nobel de la Paz en 2014.
Cartel de ‘Él me llamó Malala’
Crítica de ‘Él me llamó Malala’
Él me llamó Malala es un documental filmado durante 2013 y 2014 que explica la historia de Malala en varios ámbitos: el familiar y personal, el sociológico y político, y el épico como símbolo de la resistencia ante un totalitarismo. Dirigido por el versátil cineasta Davis Guggenheim, director de múltiples documentales y series de televisión, su primer acierto está en su título, una idea que vertebra todo el guión y que explica racionalmente el fenómeno Malala.
Técnicamente, el cineasta contrapone por montaje la actual vida de Malala en Birmingham con el progresivo deterioro de la vida en el valle del río Swat controlado por los talibanes, lo que alimenta con imágenes la tesis de la cinta y la simbología de la protagonista. Sin llegar a la sensiblería, Guggenheim y sus productores han sabido usar técnicas muy sencillas pero eficaces para lograr la emoción justa: ralentización de imágenes, fotos con montaje musical y de sonido, voz en off…
[bctt tweet="Sin dejar de ser una hagiografía, revela qué es Malala: un símbolo para concienciar a Occidente"]
Malala es hija de un profesor muy activo en la reivindicación de las libertades frente a los talibanes, especialmente las vinculadas con la educación. Bautizar a su hija como Malalai, “la que guía”, era ya toda una señal de que su vida está consagrada a este fin. Con una acertada mezcla de animación e imágenes reales, Guggenheim nos adentra en la dimensión épica de la historia de Malala vinculándola con las leyendas en las que se inspiró su padre para darle ese nombre.
Aunque impresiona el aplomo y claridad con que Malala se expresa a pesar de sus 16 años en foros internacionales, la dimensión personal y familiar de este documental desvela que detrás de ese personaje, de ese símbolo, sólo hay una adolescente insegura y soñadora como todas las demás. Es la adquisición del patrón de pensamiento y expresión de su padre la que ha hecho de Malala lo que es, la que le llevó a escribir ese blog para la BBC porque su padre, a quién se lo habían encargado, no podía hacerlo. Malala se ha convertido en un símbolo de los valores del Islam alejados de radicalismo porque encauza en una imagen impactante y un hecho extraordinario, el atentado, las ideas de su padre y de otras personas que reclaman más libertad en sus países.
Fotos de ‘Él me llamó Malala’
Es de agradecer en ese sentido la honestidad de planteamiento de este documental. Sin dejar de ser una hagiografía de Malala, revela la trastienda de su figura, de lo que representa: una imagen comercial, una marca diseñada para que sirva de ejemplo a miles de niños y conciencie a los mayores. Ni en sus mejores deseos Ziauddin, el padre de Malala, hubiera conseguido esos objetivos si él mismo se hubiera erigido en la cara pública de sus reivindicaciones. Sin embargo, su hija Malala es una máquina de doblegar conciencias a favor de su causa.
En el aire queda la duda sobre si esa apuesta tan arriesgada de un padre involucrando en su ideario a sus hijos hasta poner en juego sus vidas es del todo lícito. Si uno sólo de esos disparos hubiera sido más certero, hoy Malala sólo sería un fantasma en la conciencia de un padre en una ciudad perdida del valle del río Swat en Pakistán. Afortunadamente no fue así y tenemos un testimonio directo de lo que supone luchar contra quiénes coartan la libertad.
Tráiler de ‘Él me llamó Malala’
https://youtu.be/PLfS5BJJgw0