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Corazón silencioso (Bille August, 2014)

El cine como muestrario de moralidades, no como panfleto de moralinas.

Corazón silencioso - Bille August

Bille August es uno de esos directores de la antigua estirpe, de antes de que la etiqueta del “cine de autor” cabalgara sin remedio entre quiénes presumen de ver otras películas fuera del circuito de Hollywood. August es un cineasta cuya capacidad supera géneros, estilos e industrias. Como se dice también histriónicamente, un artesano del cine, cuando lo que se debe decir realmente es que es un director de cine. Y punto.

Tras darse a conocer internacionalmente con las reconocidas Pelle, el conquistador (1987), ganadora de dos Óscars, y Las mejores intenciones (1991), guionizada por Ingmar Bergman sobre la biografía de sus padres, August es reclamado en Hollywood nada menos que por George Lucas para incorporarse a la realización de Las aventuras del joven Indiana Jones (1992) para la televisión, encargo que tras el rechazo inicial, ha mantenido a lo largo de dos décadas con diversos títulos. Una vez en la factoría de películas norteamericana ha dirigido varias cintas de cierto recorrido en taquilla entre los que cabe destacar La casa de los espíritus (1993) o Smila: Misterio en la nieve (1997) dejando bien claro en todas ellas que su estilo sencillo pero no simple y preciso pero sin alardes, solventaba con eficacia cualquier narración. En la memoria del aficionado aún quedaban sin embargo, imágenes de su cine más intimista, de ritmo pausado e intenso y pegado a los personajes de la etapa inicial.

Corazón silencioso parece recuperar ese tono crepuscular e íntimo de su cine de hace tres décadas. Con producción enteramente danesa, August rueda en su país natal lo que parece un paréntesis en su carrera de cine comercial para narrar una historia absolutamente cercana, simple y cargada de drama: tres generaciones de una familia se reúnen un fin de semana en la casa familiar para pasar un par de días en compañía de la madre, que ha decididio quitarse la vida voluntariamente ante el acuciente deterioro de una enfermedad irreversible.

El argumento no puede ser más estimulante para un cineasta de las dotes de August, donde un tema siempre vigente como la eutanasia vuela por las conversaciones familiares a cara descubierta o a puerta cerrada en un hogar donde se oye cada crujido de la madera en el suelo. El realizador juega magníficamente con los tiempos en las miradas y las conversaciones, trazando sólamente con sus gestos y actitud las relaciones que existen entre los personajes aunque aún no haya mediado una conversación trascendente entre ellos. Y, sobre todo, realiza un perfecta realización y trabajo con el encuadre de la cámara, dejando sin aire ningún plano de la película (nunca se ve un techo y rara vez el suelo) contribuyendo de este modo a que la casa, ese entorno a priori familiar y cómodo donde va a suceder el encuentro, se convierta en otro elemento que añade presión emocional a la situación.

Pero, sin duda, lo más notable de Corazón silencioso es su posición neutral frente al tema que trata. En contraposición a películas como Mar adentro (Alejandro Amenábar, 2004) en la que el cineasta se posicionaba claramente a favor de este asunto con ribetes morales y legales, August y el guionista Christian Thorpe se alejan sabiamente de tomar una posición al respecto para que sean los personajes quienes, con su argumentación dependiendo de su edad, emociones, situación familiar y social, expongan los diversos puntos de vista ante la peliaguda decisión que ha tomado su madre. Y, a partir de ahí, que sea el espectador quién se sume a unos motivos u otros. Es decir, el cine como muestrario de moralidades, no como panfleto de moralinas.

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