La inmensa mayoría del público desconoce que las empresas de la industria del ocio (cine, literatura, música) cuentan con departamentos especializados y crean productos orientados a segmentos de público muy determinados, los llamados nichos, para atraer su consumo. Uno de esos nichos son los adolescentes, especialmente cuidado en el caso de la industria del cine porque son ellos quiénes con más frecuencia visitan las salas a lo largo del año. Esta realidad está bastante alejada de la idea generalizada sobre la inspiración que da lugar a obras como la del escritor y videobloguero John Green, cuyos libros basados en sus experiencias juveniles causan furor. Leáse Bajo la misma estrella.
Y no es que los libros de Green no sean inspirados o de calidad, simplemente es que son un alimento fácil para el público al que van destinados. Eso no significa que cualquier producto con estas características vaya a calar en su público y vender millones. No es eso. Es simplemente que la condición de Green como conocedor de la industria editorial durante una década, afamado videobloguero con miles de seguidores diarios y su pericia narrativa ha hecho ineludible que la industria literaria lo haya reclutado para crear esos productos segmentados que necesita. Trasladen esta idea a los libros que escribe cualquier videobloguero con fama o presentador de televisión.
Las novelas de Green están llenas de esos ingredientes que sólo puede reconocer un adolescente: sentimientos expresados de modo vehemente, misterios acerca de la personalidad de la gente por su forma de vestir, compañerismo y amistad exacerbados, desprecio por los adultos y luego un conjunto de actitudes que, digamos, molan. En cada época, las que toquen.
El éxito editorial de Green saltó rápidamente a la pantalla, como era inevitable, con la adaptación de Bajo la misma estrella (Josh Boone, 2014) protagonizada por la estrella en alza Shailene Woodley. En poco menos de un año ha llegado Ciudades de papel, adaptación de su tercera novela en la que participa como guionista. En esta ocasión se ha sumado al gancho comercial la cantante, modelo, actriz y mujer de moda Cara Delevingne, que encarna a una misteriosa y rebelde chica de instituto que decide desaparecer tras compartir una noche de fechorías adolescentes con su vecino desde la infancia, Quentin (Nat Wolff). Como corresponde en este tipo de narraciones, Quentin está enamorado de su vecina desde el primer día que la vio llegar al vecindario, aunque ésta no le corresponde.
La trama de Ciudades de papel no es otra que la edulcoradísima aventura de… ¡24 horas! que Quentin realiza junto con dos parejas de amigos para buscar a su vecina siguiendo unas supuestas pistas que ella le ha dejado. Todo en la historia rezuma conformismo, edulcoramiento, corrección política y cultura popular para hacer las delicias de cualquier adolescente que no haya tenido más experiencia vital que la que sale de la pantalla de su móvil. No hay en toda la cinta una sola referencia a nada que genere el más mínimo conflicto existencial o social, a excepción de las inocuas rivalidades juveniles.
Es probable que la película haga las delicias del público al que está orientado: su realización, elección de actores y guión está absolutamente orientado a conseguirlo. E igual de probable es que estos mismos adolescentes que vayan a disfrutarla, en algún momento de su madurez la revisiten y se pregunten con asombro qué vieron en ella siendo algo tan absolutamente predecible e inane. A todos nos ha pasado. Lástima que en ese juicio entre Nat Wollf, cuyo trabajo es lo único salvable de la película y cuya calidad le merece productos mejores.
Pero el espectáculo debe continuar y la industria debe seguir facturando. El año que viene tendremos en los cines Looking for Alaska, adaptación de la primera novela de Green. Hay una nueva generación de adolescentes que alimentar.
http://youtu.be/FDKTg7Pwdok