Quienes nos dedicamos a criticar o comentar películas solemos ser más conscientes que el público habitual de la enorme dificultad que tiene hacerlo. Por eso a menudo nos gustan las que no son del agrado general, porque vemos en ellas la dificultad añadida, la originalidad buscada, el espíritu innovador, el aire del reto, el riesgo.
He tenido la suerte de ser invitado al estreno de una cinta que lo pone de manifiesto. Se trata de Ventanas en el cuerpo (Gonzalo G. Palmeiro, 2012), cuya génesis recae nada menos que en la Vocalía Nacional del Médicos de Administraciones Públicas (Médicos Titulares), no sólo como inspiradora y productora del proyecto, sino como parte creativa, ya que está escrita por el Dr. José Manuel Solla, médico de Atención Primaria.
El motivo de esta original propuesta es conmemorar el 150 aniversario de la creación de dicha vocalía y homenajear a los médicos rurales, una categoría casi extinta como aquella de los cómicos de la legua que Fernando Fernán-Gómez retrató en El viaje a ninguna parte (1986). Propuesta tan original como valiente, porque considerar que el cine de ficción aún es un arte que sirve para fijar en la memoria nuestra historia es impropio de hoy día, donde la necesidad de una rentabilidad rápida o manipulación propagandística inhibe cualquier otra noble intención.
Así que con esta inesperada voluntad, la complicidad de la ciudad de Noblejas (Toledo) y sus vecinos aficionados a la interpretación, en poco menos de un mes se llevó a cabo un rodaje que recupera el sabor y esfuerzo de los pioneros del séptimo arte.
Ventanas en el cuerpo narra el viaje físico y psicológico que realiza un médico actual (Alfonso Mínguez) desde el nihilismo de su vida personal y laboral hasta conocer casualmente la de un médico rural de hace 50 años, hecho que se produce tras encontrar su viejo maletín en el hotel rural donde se hospeda. La narración por parte de un testigo de la época sobre aquel médico y las dificultades y proezas que vivió, hacen que el protagonista se replantee su forma de vida y el modo en que ejerce su profesión.
Ventanas en el cuerpo no es una buena película, ni puñetera falta que hace, porque de haber hecho una buena película con esos mimbres (5 actores profesionales, entre ellos María José Cantudo, 35 aficionados y un presupuesto que en otros rodajes no pagaría ni el catering), quién esto escribe estaría llamando a todos los estudios de Hollywood para reírse en la cara de sus productores ejecutivos.
Ventanas en el cuerpo es una obra de amor y respeto hacia algo que hemos perdido, no sólo una profesión que rozaba la heroicidad, sino también la cultura, valores y compromiso que acompañaba su ejercicio.
Es una cinta y un texto que se recrea morosamente en lo que cuenta, porque lo que cuenta ya es de otra época y así debe quedar fijado. Porque cuenta algo que ya no somos ni seremos jamás: ni en la profesión médica, ni en la cultura, ni en el hablar de hace 50 años… ni en el propio cine, que ha perdido definitivamente el aliento de quiénes como estos valientes médicos, profesionales y amigos metidos a cineastas, aún creen que su luz es mágica.