
El cineasta colombiano Rodrigo García ha desarrollado una interesante filmografía que gravita constantemente sobre los conflictos familiares retratados a corta distancia. Narraciones corales en las que hace especial hincapié en personajes femeninos donde la maternidad es una expresión inapelable del individuo, una manera de estar en el mundo. Cosas que diría con sólo mirarla (2000), Nueve vidas (2005) y Madres e hijas (2009) serían su trilogía básica alrededor de este tema.
Aunque es habitual realizador en series de éxito, García vuelve al cine puntualmente cuando tiene algo que contarnos. Así sucedió en 2011 con la no suficientemente valorada Albert Nobbs, una película con la colaboración de nada menos que del escritor John Banville y su actriz protagonista, Glenn Close. Cinta que cinco años después debería ser revisada por su vigencia respecto a las reivindicaciones del colectivo LGTB.
Albert Nobbs supuso un punto y seguido en el asunto tratado por García en sus filmes anteriores. Desaparece la coralidad y el tiempo contemporáneo para centrarse en un detallado retrato personal, un emotivo vía crucis de alguien que no puede ser quién quiere ser ejecutando otro rol a la perfección.
En esa evolución temática de su obra se puede concluir que Últimos días en el desierto es una decantación final del asunto que le preocupa. Un punto y aparte, un cierre de etapa. A alguien que habla constantemente sobre relaciones filiales y sus implicaciones en la identidad del individuo no podía pasarle inadvertido este conflicto universal expresado en la figura de Jesucristo, el Hijo de Dios, el vástago por antonomasia.
Crítica
Tras los primeros minutos de Últimos días en el desierto es imposible que el espectador no remita a la memoria de la extraordinaria La última tentación de Cristo (Martin Scorsese, 1988). Ambas comparten la peripecia vital de su protagonista, un Jesucristo ayunando en soledad durante 40 días en el desierto donde tendrá que resolver su identidad como hombre o encarnación divina, interpretar el silencio de su padre y someterse a las tentaciones del demonio.
Afortunadamente García logra huir de la comparación con la obra de Scorsese al ponerse en manos del director de fotografía Emmanuel Lubezki, que logra con su extraordinario trabajo que el paisaje y la luz se conviertan en un sucinto protagonista. La ascética puesta en escena y la acertada representación del demonio como un doble de Jesucristo, también interpretado por Ewan McGregor, transforman el filme en lo que a García le interesa: la representación perfecta de un conflicto paterno filial que le permite tratar el asunto conceptualmente, sin artificios que lo adulteren.
Un vía crucis consciente por parte del cineasta hacia su público para decantar en su mente su conclusión sobre las relaciones paterno-filiales
Es muy probable que quiénes quieran ver en Últimos días en el desierto una película religiosa se sientan algo decepcionados porque García, ayudado por Lubezki, somete al espectador a cierto hermetismo que lo aleja de la fácil interpretación religiosa. Un vía crucis consciente por parte del cineasta hacia su público para decantar en su mente su conclusión sobre las relaciones paterno-filiales. Quiénes sepan de quién es hijo Rodrigo García puede que encuentren muchas más claves en el exorcismo personal que esconden las imágenes de esta película dura y áspera, pero bellísima.
Fotos del rodaje
