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Crítica THE NEON DEMON

Crítica de 'The Neon Demon' (Nicolas Winding Refn, 2016)

Nicolas Winding Refn es uno de los últimos cineastas convertido en director de culto. Desde el arrollador éxito de la notable Drive (2011), su cinematografía se repasa y sus nuevos títulos se esperan con cierta devoción. Drive resultó arrolladora en su revisión del thriller romántico logrando aunar a los más veteranos por su estoicismo clásico, al estilo Jean Pierre Melville; a los más modernos por su precisión estética y vintage (incluida la relevante música); y al gran público por su refinada acción y violencia.

Tras ella llegó la decepcionante Sólo Dios perdona (2013), quizá porque la expectación era grande y eso siempre juega en contra. Pero, sobre todo, porque se hizo patente que el realizador está más por el logro estético que por el temático, perdiéndose en devaneos filosóficos y éticos completamente vacíos.

Su prestigio sigue intacto, bien ganado como realizador publicitario y sus títulos anteriores a Drive. Todos sospechamos que tiene la capacidad de crear cine con mayúsculas debido a su extraordinaria concisión estética y habilidad manejando el tiempo narrativo, como sucedía en la película protagonizada por Ryan Gosling. Falta comprobar si a esas dotes como cineasta le acompañan los temas, una mirada o una concepción del mundo que valga la pena conocer. Eso es lo que se encuentra indefectiblemente en las grandes obras: una interpretación de la realidad.

Cartel de 'The Neon Demon' con Ellen Fanning

Crítica

The Neon Demon confirma que la verdadera preocupación de Winding Refn es únicamente estética. Tanto es así que es uno de los escasos directores que concibe toda la película, desde la imagen inicial a los créditos finales, como un espacio donde aplicar su arte. En esta, tanto los títulos de apertura como de cierre están notablemente cuidados, dejando incluso patente la conciencia que tiene el realizador de su propia autoría con esa firma NWR omnipresente.

Winding Refn se embarca en The Neon Demon en un asunto muy familiar: el de las modelos, la publicidad y el negocio de la belleza. Y para ello nos embarca en un hipnótico cuento donde se apunta hacia su carácter efímero y el extraordinario poder que otorga a quién la posee, a menudo de manera inconsciente.

Toda la cinta es una exhibición del cineasta por el tema elegido, logrando las imágenes más deliberadamente estilizadas de su carrera hasta el momento. Todo su metraje presenta una depuración estética admirable y exasperante por momentos, necesaria para que el espectador logre la experiencia lisérgica sobre el poder que ejerce la belleza encarnada por Ellen Fanning. La secuencia del desfile del gran modisto que cierra la protagonista, punto de inflexión en la conciencia sobre su poder, son un conjunto de imágenes conceptuales, alucinógenas, en las que se nos transmite su cambio a través de una liturgia estética impactante.

Una fuerte crítica hacía los mecanismos de selección en el mundo de la moda es el segundo tema tratado en The Neon Demon, con interesantes apuntes sobre la relación entre pureza y belleza dond, lamentablemente, no profundiza. Resulta notable también, como en sus obras anteriores, el manejo del tiempo narrativo, siendo capaz de dilatarlo o comprimirlo a voluntad con gran destreza. El salto del sarcasmo al erotismo, del miedo a la inocencia es también reseñable, lográndose apenas en un segundo con una frase o un simple gesto, ayudando al carácter de fábula anómala que tiene todo el filme.

The Neon Demon es un vehículo de su director para dar rienda suelta a sus mejores habilidades como estilista del cine. Algo que ha conseguido plenamente ayudado por la admirable fotografía de Natasha Braier y, nuevamente, por la increíble música de Cliff Martínez, auténtico excipiente para sus imágenes. Sin embargo, como sucedió al mítico Narciso, la belleza que es capaz de crear le ahogará en su reflejo si no encuentra más consistencia en sus tramas y más modestia recortando excesos que detienen la narración por completo.

Tráiler

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