Ser cinéfilo y contemporáneo de Martin Scorsese es un lujo. El director de origen italoamericano es hoy día uno de los referentes mundiales del cine, no sólo por su excelente y ya extensa obra sino además por el profundo conocimiento que tiene de su historia y su técnica, en cuya conservación y avance está a menudo involucrado a través de diferentes proyectos.
Cualquier estreno de Scorsese es un acontecimiento para un aficionado, sobre todo después de la soberbia El lobo de Wall Street (2013), donde de nuevo el espectador se veía golpeado por el estilo cortante y agresivo que le ha dado fama.
En esta ocasión Scorsese adapta con la ayuda de Jay Cocks, un colaborador habitual en sus guiones, la novela homónima del escritor japonés Shûsaku Endô. Dicha novela, publicada en los años 60, narra la peripecia de dos jóvenes sacerdotes jesuitas portugueses en el Japón de principios del XVII para evangelizar el territorio mientras buscan a un predecesor del que hace años que no se tienen noticias.
Crítica
Las enormes dificultades de ambos sacerdotes en un territorio geográfica y culturamente hostil al cristianismo transforma su viaje en una prueba personal de fe, asunto que ha preocupado al director neoyorquino en gran parte de su filmografía.
Aunque la premisa y reparto del filme apunten inicialmente como referencia a la excelente La misión (Roland Joffé, 1986), el periplo personal del protagonista se desmarca pronto de la lucha de poderes que sostenía la película de Joffé para centrarse en el tema que interesa al realizador: la duda en la fe, tema que ya ha abordado con maestría en la cada vez más imprescindible La última tentación de Cristo (1988).
‘Silencio’ aborda de nuevo la duda de la fe en el creyente, tema que ya había tratado Scorsese en ‘La última tentación de Cristo’
Ambas cintas están estrechamente ligadas al contar prácticamente la misma historia, aunque una lo hace en la figura del propio Jesucristo y, en esta ocasión, en la de un joven jesuita portugués con cierto parecido físico premeditado.
Scorsese recorre en ambos filmes el vía crucis que supone el sostenimiento de la fe cuando todas las circunstancias son adversas, especialmente las causadas por el dolor físico propio y ajeno, la soledad, el agotamiento y la desesperanza. Y de nuevo establece la tesis sobre su simbiosis: no puede haber fe, si no hay duda. Dudar, sobre todo ante el silencio eterno del creador, del objeto de la fe, es su esencia misma y ambas son inseparables, se nutren una de la otra. Precisamente en eso consiste la fe, en la voluntad necesaria para la superación cotidiana de la duda, de la soledad, del dolor. Del silencio.
Por formación personal y trayectoria profesional Scorsese ha debido reflexionar mucho sobre el tema y, como sucedió con la novela de Nikos Kazantzakis, encontró un material idóneo para elucubrar nuevamente sobre ello en la obra de Endô. Sin embargo, esta vez el resultado no es tan satisfactorio, tan milagroso, como el de la película protagonizada por Willem Dafoe. El maestro somete al espectador a un vía crucis algo errático de 161 minutos en los que parece verse obligado a dar más satisfacción a los factores de producción que ha aunado para llevar a cabo este filme que al propio asunto tratado.
Silencio contiene excelentes secuencias, como no puede ser de otro modo dada la maestría de su autor, donde es incuestionable una equiparación entre lo estético y la situación espiritual de sus protagonistas; o el interesante pero poco desarrollado paralelismo entre el protagonista y el personaje interpretado por Yôsuke Kubozuka, un japonés convertido al cristianismo que reniega una y otra vez de su fe ante la más mínima penalidad.
El conjunto resulta pesado para poder afinar sobre el asunto que trata, para acertar sobre su discurso o idea. La esforzada interpretación de Andrew Garfield resulta excesiva al someterle a tantas secuencias similares sin gradación en su periplo, en la exploración de su fe, en la indagación y rebeldía hacia el silencio de su creador frente a su entrega total respecto a lo que le sucede.
Queda Silencio finalmente como justificación del fracaso de la Iglesia Católica en su evangelización de Japón y como puesta en valor de los jesuitas que lo intentaron, más que como reflexión personal, religiosa o filosófica. Aunque incluso en esta reivindicación eclesiástica hay un retrato deliberadamente fallido del Japón de la época, algo que conocemos precisamente por la obra de uno de los directores más admirados y reivindicados por Scorsese: Akira Kurosawa.
mary
09/01/2017 at 16:51
Tan sólo soy un cinéfilo empedernido y no un crítico profesional. Mi criterio está unicamente informado por mi afición a todo tipo de cine.
Acudí al cine por tres razones: el director, el tema y Liam Neeson.
La peli me resultó realmente larga, repetitiva y carente de interés. Excepto el “inquisidor japones” y su ayudante, el resto de actores me parecieron planos, poco creíbles y sin aristas, incluido Liam Neeson, que aparece claramente infrautilizado en el metraje (su personaje e historia queda manifiestamente inexplorada….¿utilizado unicamente como reclamo publicitario?). La trama es a veces tediosa, y reiterativa en cuanto a argumento y diálogos (con algunos dilemas morales de manual de catecismo presentados con un pretencioso tinte de análisis filosófico)
En definitiva, que “me la trae al pairo” si queréis ir a verla o no, pero yo no se la voy a recomendar a ninguna persona a la que aprecie. Hay mucho mejor material para visionar estos días.
Salud