Oliver Assayas podría ser el heredero en el siglo XXI de los directores de la Nouvelle Vague. Hijo del director Jacques Remy, ejerció la crítica en la revista Cahiers du Cinéma tras rodar varios cortos, como en su día Truffaut, Godard, Rivette, Rohmer o Chabrol. Desde esa tribuna reivindicó el cine asiático, especialmente la figura de Hou Hsiao-hsien, al que dedicó un documental.
Al igual que sus antecesores, su estilo no está claramente definido sino que hace de la libertad formal una bandera, una reivindicación de la forma de hacer cine donde la realización del guión se convierte en un desafío que puede llevar en el material rodado a un sentido contrario al originalmente escrito.
Formado políticamente en las reivindicaciones antitotalitarias del 68 francés, su obra más célebre es la miniserie Carlos (2010) dedicada al revolucionario venezolano Ilich Ramírez Sánchez, quizá una manera de describir su visión del mundo. Ese acercamiento a la biografía filmada se ha ido destilando posteriormente en retratos más psicológicos como en la reciente Viaje a Sils Maria (2014) sobre la actriz Juliette Binoche.
PERSONAL SHOPPER Crítica
En cierto modo, Personal Shopper viene a ser otro retrato psicológico más que una narración, en este caso, de la escurridiza, joven y estelar actriz Kristen Stewart. Aunque en su argumento hay un hilo conductor e incluso un crimen, el verdadero hechizo llega de las largas secuencias donde Assayas pega la cámara a la actriz para capturar su halo.
Stewart viste el guión de Assayas como lo que es, un traje a medida para que se deshaga definitivamente de su rol de Crepúsculo
Stewart viste el guión de Assayas como lo que es, un traje a medida para que se deshaga definitivamente de su rol de Crepúsculo. Íntima, indolente, ensimismada y fascinante, Stewart nos regala una interpretación de altos vuelos porque lo que vemos quizá sea lo más cercano que se puede filmar sobre su esencia: una mujer frágil y sin identidad, perdida entre los trajes de otros, los personajes que interpreta.
Es una lástima que el exceso de recreación de ambientes lujosos y cierta voluntad por cerrar una trama canónica lastre su resultado. Habrá quién por ese motivo la confunda con una epopeya hipster en el mundo de la moda, pero realmente está más cerca de las inquietudes sobre la identidad de Roman Polanski en El quimérico inquilino (1976). Menos afán sobre lo filmado y su duración habrían dejado en el espectador que las imágenes destilasen por sí mismas una explicación más enriquecedora.