La falta de oportunidades que ha supuesto la crisis económica para los cineastas en general ha conseguido también, de forma excepcional, la recuperación de uno de ellos. Tras deslumbrar al mundo entero con El sexto sentido (1999), el guionista y director M. Night Shyamalan recorrió el camino natural hacia las grandes producciones que le otorgaba su éxito y pericia cinematográfica. Sin embargo, los patinazos de la irrelevante Airbender, el último guerrero (2010) y la aseada After Earth (2013) quebraron su trayectoria en los grandes estudios labrada en sucesivos títulos tan renovadores como estimulantes: El protegido (2000), Señales (2002), El bosque (2004), La joven del agua (2006) o El incidente (2008).
Estas circunstancias han requerido que Shyamalan vuelva a producciones muy pequeñas donde, con regocijo de sus seguidores, ha reencontrado su esencia y habilidad. La gestación de la serie Wayward Pines (2015) y, sobre todo, la complicidad con el productor Jason Blum en La visita (2016) han recuperado su estilo conciso, tenso y desasosegante que logra pegar al espectador a la butaca.
Repitiendo la producción y el equipo técnico de su última película gracias al buen resultado en taquilla y el bajo coste, Blum y Shyamalan traen ahora este Múltiple, la historia de un secuestro de tres adolescentes por parte de un desequilibrado con personalidades variopintas.
Cartel
Crítica
Consciente de las restricciones autoimpuestas por la producción, Shyamalan escribe un guión que transcurre en dos localizaciones cerradas y muy pocos personajes. Esto no le impide concentrar en él todos los temas recurrentes que hemos ido conociendo en sus títulos anteriores: la soledad fraguada en la adolescencia, la marginalidad como respuesta a una realidad adversa, cierto desencanto religioso, la relación entre la fiereza animal y la redención (quizá aquí se es donde más se note su ascendencia india) y sobre todo, su tema fetiche, la fragilidad de la psicología humana.
En toda la filmografía de Shyamalan circula ese mismo asunto: el esfuerzo de la voluntad para superar una fragilidad psicológica personal, normalmente contraída por un problema en la infancia, y los recursos del individuo para superarlos cuando la sociedad fracasa y lo margina. Ahí encontramos al niño de El sexto sentido luchando contra sus miedos, al Sr. Cristal de El protegido haciendo lo propio contra su destino, al Mel Gibson de Señales contra su fe, a la campesina de El bosque contra la imposición social y al encargado de mantenimiento de La joven del agua contra su esencia de líder.
Shyamalan siempre habla de lo mismo. De ellos, los desprotegidos.
En Múltiple este asunto se hace muy visible en la concepción de sus protagonistas: un desequilibrado que brega con 24 personalidades por traumas de infancia y una adolescente que alcanza a reconocer su propia anomalía en la abominable contemplación de su raptor. Dos personajes que son un auténtico regalo para el recital interpretativo que ofrece James McAvoy y para confirmar que la emergente Anya Taylor-Joy ya conoce el secreto de la austeridad interpretativa para maximizar los resultados de su trabajo.
Pero lo importante del cine de Shyamalan no son las sutilezas psicológicas que se puedan extraer de sus cuentos, que es lo que son sus películas. Se puede prescindir de estas disquisiciones para simplemente disfrutar del ojo de un cineasta superdotado para crear inquietud con un simple paneo, con un travelling de ida y vuelta mínimo, con la simetría de un encuadre o la simple ausencia de movimiento de los actores en un plano general. El cine de Shyamalan crece extraordinariamente cuando juega con los códigos de los géneros en la mente del espectador, acumulando una tensión imposible a lo que añade la valentía de no cerrarla con un clímax audiovisual (una explosión, un incendio, una venganza sangrienta…) sino con un alivio psicológico, como lo es esa mirada de la protagonista a la policía para acumular el valor de liberarse de su esclavitud.
Múltiple no es una gran película porque nunca ha pretendido serlo, pero es una importante pieza más en ese puzzle que va construyendo su director para recordarnos que siempre estaremos desprotegidos ante nuestro peor enemigo: nosotros mismos.