Según el psicólogo Alfred A. Knopf: «Los cuentos en la cultura occidental proporcionan al niño la posibilidad de identificarse con sus personajes, adquiriendo a través de ese proceso las categorías mentales de justicia, lealtad, amor, coraje, etc., no como lecciones impuestas sino como descubrimiento personal, como parte orgánica de la aventura de vivir.»
Los Pitufos, con su medio siglo de vida en sus azules espaldas, se han ganado entrar en esa categoría de cuentos ancestrales que glosaba Knopf en su estudio de los clásicos. Desde su aparición en una serie protagonizada por otros personajes del dibujante belga Peyo, su presencia no ha dejado de crecer sobrepasando el tebeo y alcanzado a los libros, la música y, por supuesto, el cine.
Los Pitufos: La aldea escondida es la tercera entrega de las aventuras de estos curiosos personajes que se han colado en el inconsciente colectivo quizá porque representan un modelo de convivencia cercano al ideal comunista, al que no sólo aspiran los más pequeños.
Crítica
Más allá de las interpretaciones sociológicas que se le puedan buscar a estos personajes, su trayectoria en el cine, que es lo que aquí nos ocupa, también tiene ricas interpretaciones, pues su evolución no deja de señalar cuál es el signo de los tiempos en nuestra sociedad y en las modas de consumo del cine.
Tras las dos exitosas primeras partes en las que se incluía imagen real, esta tercera entrega se rinde ya por completo a la animación, dada la normalización de este género entre todo tipo de público. Sin renunciar al habitual reparto estelarde voces, en esta ocasión con Ariel Winter, Joe Manganiello, Michelle Rodriguez, Julia Roberts, Ellie Kemper, Mandy Patinkin, Rainn Wilson, Demi Lovato o incluso el cocinero Gordom Ramsay, esta tercera entrega puede calificarse como una transición para modificar rasgos propios de la serie original que ahora no resultan del todo adecuados. Nos referimos, claro está, a la presencia de una única mujer en todo el universo pitufo.
Se puede decir que ésta película está consagrada a dos circunstancias. La primera es encontrar una estética propia de animación cuya tecnología tanto ha cambiado en los apenas 6 años desde la primera entrega pitufa. Y la segunda es establecer un equilibrio de roles de género en la serie que permita a Los Pitufos seguir siendo ése tipo de historia en la que los niños puedan adquirir las categorías de justicia, valores, igualdad, etc. en su educación.
Ambas finalidades se superan con nota, logrando una estética fosforecente, onírica y algo alocada que permitirá identificar el universo pitufo fácilmente a los más pequeños en cualquier imagen; y también dotando de un nuevo corpus a la arqueología de los pitufos que evite la incómoda y natural pregunta acerca del origen y la soledad de Pitufina.