La Habana, principios de los 90. René González (Edgar Ramírez), piloto cubano, roba un avión y huye de Cuba, dejando atrás a su amada esposa (Penélope Cruz) e hija.
Comienza una nueva vida en Miami. Otros desertores cubanos (Wagner Moura, Gael García Bernal) pronto le siguen e inician una red de espionaje.
Su misión es infiltrarse en organizaciones anticastristas violentas, responsables de ataques terroristas en la isla.
Cartel
Crítica
Olivier Assayas es un prolífico guionista y director de cine francés hijo del también cineasta Jacques Rémy. Vinculado al mayo del 68 y la revista Cahiers du Cinema, Assayas siempre ha manifestado su activismo comunista que también ha marcado parte de su obra.
La miniserie Carlos que realizó sobre el terrorista Carlos el Chacal tal vez sea el precedente más claro de este filme que cuenta con un presupuesto y ambición más amplios que los de sus últimos trabajos, más centrados en la exploración psicoanalítica de sus protagonistas como fueron los protagonizados por Juliette Binoche y Kristen Stewart. Sin embargo, La red avispa se enriquece de la imbricación de esas dos maneras de hacer cine demostrando una gran coherencia y continuidad en su obra.
La cinta desgrana las vicisitudes del grupo de espías cubanos que fue detenido en Estados Unidos a finales de los 90, cerrando así los años de atentados y guerra fría que mantuvieron (tal es el título de la obra en la que se basa, Los últimos soldados de la guerra fría) entre la contra cubana en Miami y Estados Unidos contra el régimen de Castro.
Assayas elabora un mosaico rico, complejo y a veces desconcertante de aquel episodio, arropado por una auténtica pléyade de actores de origen hispano donde destaca un gran trabajo de Penélope Cruz. Y lo hace engarzando con gran naturalidad el aspecto doméstico de sus personajes con su perfil y misiones políticas.
Quizá esa naturalidad, ese alejamiento del modelo norteamericano en dramas de este tipo sea el mejor hallazgo de esta película que, a pesar de la filiación ideológica de su autor, mantiene cierta distancia con lo narrado y, sobre todo, una saludable falta de dramatismo y grandilocuencia.
En cierto modo, puede que el gran mérito de Assayas sea haber conseguido hacer con el cine de espías lo que Scorsese y Coppola hicieron en su día con el de mafiosos: meternos en la cocina de estas familias sencillas para alejarnos del héroe abnegado o el villano dramático y extremo que estamos acostumbrados a ver.