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Crítica KICK-ASS 2: CON UN PAR

Secuela y adaptación del célebre cómic Kick-Ass que mantiene sus dosis de acción y entretenimiento friki sin más ambiciones.

Kick-Ass 2: Con un par

No se iba a hacer esperar la secuela de Kick-Ass: Listos para machacar (Matthew Vaughn, 2010) tras el éxito conseguido y la diversión que trajo a miles de espectadores. La popularidad del cómic de Mark Millar y John Romita jr. funcionó también a la perfección en las salas de cine y sólo hubo que aguardar a que Aaron Taylor-Johnson cumpliese sus compromisos en otros proyectos de madurez para empezar a rodar.

Kick-Ass 2: Con un par mantiene los parámetros y equipo de producción de su antecesora, incluso el mismo bajo presupuesto ($28m) para lo que se cuece en el mundo de las adaptaciones Marvel. Pero hay que considerar que los héroes de Kick-Ass no tienen su atractivo en sus superpoderes y habilidades fantásticas, ya sabéis, y ése es sin duda el encanto por el que esta historia funciona tan bien.

La habilidad de Mark Millar al crear Kick-Ass fue llevar al extremo la cotidianidad del superhéroe. De hecho, Kick-Ass no es un superhéroe, sólo es alguien que los adora, que devora sus historias y aspira a su modo de vida y comportamiento. Es decir, Millar ha conseguido embutir en el traje de Kick-Ass a los cientos de miles de adolescentes que leen sus cómics, todos esos nerds que han tenido o tienen alguna dificultad como adolescente. Que levante el dedo quién no haya sido uno de ellos. Y propone Millar que sean estos desfavorecidos de las high shools los que se conviertan en protagonistas, en mantenedores de un nuevo orden que, por desgracia, no trae nada nuevo al que ya conocemos. Es triste ver como la irreverencia en muchos aspectos del relato languidece con alguna de los principios del grupo Justicia Eterna, como la de no mencionar a Dios en vano, de modo que terminan equiparándose al dólar que Hit-Girl tiene que depositar en un bote por cada taco delante de su padrastro policía. ¿Quién resulta más retrógrado? Se sigue cumpliendo la máxima: “Algo tiene que cambiar para que todo siga igual”.

Pese a estos detalles, la primera adaptación a cargo de Matthew Vaughn fue notable, dando una película con el tono irreverente, descarado, descorazonador y tierno del cómic. Es difícil olvidar la secuencia de la primera paliza recibida por Kick-Ass y su posterior atropello, con su considerable efecto sorpresa en el espectador por su dinamismo, diseño de sonido y montaje, y cumpliendo la desmitificadora visión de los superhéroes que ha hecho célebre la historia. Al igual que el alucinante momento, sobre todo en el cine norteamericano, en el que Big Daddy apunta y dispara a su hija a modo de entrenamiento.

Es precisamente una secuencia como ésa, tan irreverente, la que abre Kick-Ass 2, esta vez entre los personajes interpretados por Aaron Taylor-Johnson y Chloë Grace Moretz. El anterior director se ha mantenido en la producción ejecutiva dejando la batuta a Jeff Wadlow, de quién hablaremos en futuras adaptaciones de cómic al cine. Pero Wadlow, aunque sigue con cierto rigor la secuela del cómic, logra una narración con menos pegada que su antecesor. Ni siquiera la siempre vibrante aparición de Jim Carrey como Coronel Barras y Estrellas hace despegar a una película que en todo momento parece estar a punto del clímax pero sin conseguirlo, precisamente porque mantiene un tono y ritmo tan homogéneo, tan cronometrado, tan industrial, que los hechos importantes que la hacen avanzar terminan teniendo el mismo peso que las anécdotas y los chistes.

A pesar de que Kick-Ass 2 cumple con su objetivo de entretener (como cumplirá con creces con su obligación de recaudar unos $90m-$100m), no aporta novedades sustanciosas. Mark Millar ya anunció en su twitter en enero de este año que comenzaba a trabajar en Kick-Ass 3, esperemos que su adaptación sea más rica que ésta segunda y llegue a tiempo antes de que las carreras de Aaron Taylor-Johnson y Chloë Grace Moretz lo impidan.

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