El realizador aragonés Carlos Saura es uno de los más brillantes de la cinematografía española. Su talento ha quedado demostrado tanto en la calidad de sus trabajos ya considerados clásicos como La caza (1966) o Cría cuervos (1976) como en la variedad formal abordada a lo largo de su carrera.
En su faceta más experimental, aunque ninguna cinta de Saura deja de serlo, el director ha realizado una serie de documentales o ensayos fílmicos sobre diversas disciplinas musicales. En ellos aplica con maestría el lenguaje fílmico para diseccionar la antropología, naturaleza, variedad, conexiones y vertientes del tema tratado, logrando una comunión entre forma y fondo que hipnotiza al espectador mientras le induce conocimiento. Colaborando con el extraordinario director de fotografía Vitorio Storaro en algunas de ellas esa comunión alcanzo su mayor expresividad.
Este nuevo trabajo Jota de Saura se une a los ya conocidos Sevillanas (1992), Tango (1998), Iberia (2005), Fados (2007), Zonda: Folclore argentino (2010) y Flamenco, flamenco (2010), teniendo éste la particularidad de ser un folclore al que pertenece el cineasta por nacimiento.
No hace falta decir que no es un cine para el gran público. Son piezas exquisitas que invitan al deleite pausado y a la reflexión, llenas de sutilezas para disfrutar en momentos de ocio en los que se requiere cierta predisposición del espectador.
Crítica
Como en sus ensayos musicales anteriores Jota de Saura recorre la historia de la jota desde sus raíces mozárabes (señaladas en la etimología de xota, *šáwta, salto) hasta la interpretación actual que se hace de ella en Aragón, sin dejar sus vertientes gallega (con la participación de Carlos Nuñez), navarra, riojana o la jota fogueada de Tarragona. Un recorrido amplio, vistoso y ordenado donde se percibe las mutaciones del género y su permeabilidad allí donde se ha asentado, resultando una de las más sorprendentes la realizada por el violinista de origen libanés y armenio Ara Malikian.
Saura aplica con excelente criterio varios movimientos de cámara y efectos en la iluminación para conducir al espectador por el viaje histórico y cultural que la jota ha llevado y ha dejado a lo largo de la historia allí donde ha sido cantada y bailada. Los travellings laterales, los espejos o los paneles que se vuelven transparentes u opacos dependiendo de la iluminación son nuevamente los aliados del cineasta para contarle al espectador si lo que está viendo es una variación del género, un hermanamiento con otra cultura o una influencia de otro estilo musical. Los planos picados y movimientos de grúa son usados por el cineasta para incidir en la variedad más popular de la jota, así como en la trascendencia de su letras en el arraigo popular. Los primeros planos y planos detalle, para resaltar la intensidad de sus pasos de baile, de sus saltos.
Aunque en esta ocasión no ha estado en la dirección de fotografía Storaro, lo ha estado uno de sus alumnos, Paco Belda, excelente fotógrafo que ha trabajado con Saura en numerosos montajes teatrales y que incide en los méritos ya conseguidos en trabajos anteriores del cineasta con otras músicas.
Hay que celebrar Jota de Saura, al igual que el resto sus ensayos fílmicos, como un oasis que aún nos recuerda la fuerza del cine para transmitir conocimiento y arte a través del propio arte. Puede que para los estudiosos Jota de Saura resulte insuficiente para acercarse al género, pero será difícil que cualquier otra obra le acerque tanto a su esencia.