Marla Grayson (Rosamund Pike) no tiene escrúpulos a la hora de beneficiarse de los demás. Después de haberse aprovechado de docenas de jubilados como tutora legal, ella y su compañera Fran (Eiza González) ven a Jennifer Peterson (Dianne Wiest) como la nueva víctima: una gallina de los huevos de oro a la que pueden desplumar fácilmente.
Pero mientras intentan llevar a cabo su plan, Marla y Fran descubren que la señora Peterson no es lo que creían, y que sus actos han entorpecido la labor de un importante criminal (Peter Dinklage).
Tráiler
Crítica
La oleada de cine protagonizado por mujeres por el hecho de serlo, por repetir el canon pero con roles femeninos, no se está saldando por el momento con películas brillantes. Es como si el hecho mismo de que en una serie la reina de Inglaterra sea negra o que la policía encargada de resolver un misterio sea lesbiana, ya fuesen novedades suficientes para justificar su existencia.
Lamentablemente no es así.
Cuando pase la circunstancia y el tamiz del tiempo invoque en la memoria las historias que nos dejaron huella, es improbable que recordemos algunas de las películas que, acogidas a esta moda pasajera, justifican su realización en esos términos. Conviene recordar como ya tenemos más que superado aquel episodio cuando varias compañías se empeñaron en colorear el cine clásico en blanco y negro porque era lo moderno y conveniente para los nuevos espectadores que tenían flamantes televisores en los hogares a todo color.
A pesar de esta introducción, la cinta escrita y dirigida por J Blakeson, I Care a lot, no es ni mucho menos despreciable. Se trata de un suspense muy bien construido pero muy timorato en algunas de sus circunstancias a pesar de la crudeza con la que hablan y piensan sus personajes. Y precisamente lo es porque está protagonizado por mujeres y suscrito a esa ola de corrección política empeñada en demostrar una igualdad que no existe salvo en la equiparación legal de derechos y oportunidades.
Y es una lástima porque Blakeson podría haber filmado un thriller magnífico, crudo y angustioso como los de Sidney Lumet… pero está condicionado por el sexo de sus actrices protagonistas.
No hay nada que reprochar a la magnífica Rosamunde Pike, que repite un rol que ha logrado dominar desde Perdida, ni en general a ninguno de sus actores… pero hay circunstancias, peripecias del guión y los personajes que son imposibles de hacer creíbles manteniendo un cutis brillante, los labios delineados y las pestañas erguidas. Imposible. Y todos sabemos que de ser un actor masculino en esas mismas estaría hecho un cromo y con serios problemas psicológicos.
En fin, no quiero desanimar a ver esta muy entretenida película de guión afinado y filmada con gran pericia y resolución… pero las condiciones exigidas por el pensamiento único para hacerla digerible quizá hayan cortado su fiereza en sus temas centrales, como la falta de moral necesaria para el triunfo individual o mostrar la distopía oculta tras el funcionamiento del estado.