Molesto por compartir la habitación que ama con su abuelo (Robert De Niro), Peter (Oakes Fegley) decide declararle la guerra en un intento por recuperarla.
Póster
Crítica
Aunque la fama de Robert De Niro se debe a la creación de un personaje arquetípico de psicología impredecible y violenta, su carrera está igualmente llena de otros menos excéntricos, más representativos del hombre cotidiano y atribulado por las circunstancias.
Este desdoblamiento voluntario del actor eligiendo papeles se hizo visible cuando en el punto álgido de su carrera decidió interpretar al tímido forense policial de La chica del gángster (1993) en lugar del violento mafioso de la película, rol que intercambió con Bill Murray. Uma Thurman completaba el reparto como la chica a la que hacía alusión el título en español.
Desde entonces, De Niro no ha dejado de aceptar este tipo de papeles donde ha ido refinando notablemente su arte desde el histrionismo que le dio fama a la casi ausencia de interpretación de la que hace gala en, efectos visuales aparte, El irlandés (2019). El mítico actor ha logrado en sus más de 50 años de carrera que su estilo desemboque paulatinamente hacia el ideal de su oficio: ser el personaje, no interpretarlo.
Quienes piensan que De Niro no hace un buen papel hace 30 años, se equivocan. El actor, por experiencia y por edad, ya no está interesado en lo que fue, salvo en esa despedida que ha sido la última colaboración con Scorsese. En estos 30 años aparentemente inhábiles nos ha dejado una galería de personajes engarzados en la normalidad tan sutiles que resulta imposible evaluarlos por la intensa huella de sus obras maestras aún recientes.
En guerra con mi abuelo es una de esas películas aparentemente inocentes donde De Niro ya no interpreta, si no que sencillamente es su personaje y no necesita nada más. Tiene además el aliciente de reunirse con Uma Thurman, compañera de aquella apuesta en su carrera; o de Christopher Walken, otro de esos actores inigualables que le acompañó desbrozando un camino intransitado para su oficio en El cazador (1978).
De Niro se está despidiendo. Se despidió en El irlandés y lo hace también en esta cinta con la complicidad de sus compañeros divirtiéndose en una sencilla comedia que mezcla los sabores de Sólo en casa y Los padres de ella. El buen ambiente es palpable en la pantalla y la sucesión de gags, algunos realmente divertidos, satisfacen sin más ambición a toda la familia. Es fácil concluir que el propio actor haya pensado en la suya al hacerla, casi como un divertido legado.
Puede que dentro de muchos años, cuando la sombra del gran intérprete se haya esfumado, algún adolescente pregunte viendo esta cinta quién es ese tipo que hace de abuelo. Y que ello sirva para descubrir una filmografía tan voluntariamente heterodoxa como excelsa que contradiga a quienes pensaron que no hizo nada en 30 años. Bendita nada.