Cuando estamos a un mes escaso de ver la nueva entrega de Star Wars tras la compra de Lucasfilm por parte de Disney para continuar la popularísima saga galáctica, comprobamos con el estreno de El viaje de Arlo qué significa que una gran empresa compre otra para nutrirse de su talento. Así, sucedió hace unos años con la adquisición de Pixar.
En 2006 Disney realizó una de las operaciones más arriesgadas de su historia: despedía a todos los dibujantes de su departamento de animación y compraba Pixar, una compañía que arrasaba en taquilla por la originalidad de sus películas. Cintas que, además, estaban completamente hechas con ordenador, lo que suponía un control y ahorro de costes y tiempo considerable. La virtud de los ejecutivos de Disney fue ver justo a tiempo este cambio de era y sumar a su experiencia y catálogo una nueva hornada de creadores hábiles en las nuevas formas de narrar y su tecnología.
Póster
En operaciones de este tipo, casi todos pensamos que el talento se pierde devorado por la gran empresa, su maquinaria industrial y necesidad de rentabilidad en constante aumento. Con Disney-Pixar no fue así. Entre otras cosas por el acierto de poner al frente de la dirección ejecutiva a uno de los cineastas con más talento del siglo XXI, John Lasseter.
La ambición narrativa de Lasseter y su conocimiento de la animación ha logrado que el tándem Disney-Pixar haya firmado algunas de las películas más memorables de las últimas décadas como son Wall.E (Andrew Stanton, 2008) y Up (Pete Docter y Bob Peterson, 2009). No obstante, las necesidades de un gigante como Disney, con una presencia casi absoluta en todas las facetas de nuestra vida y forma de pensar, tenían que ser también cubiertas y pronto algunos de los principios de la Pixar original, fueron superados. Entre ellos, nunca hacer una secuela de uno de sus filmes.
Fotos y diseños
Puede que El viaje de Arlo ponga de relieve otra las consecuencias más visibles de esta unión de empresas. Disney es ampliamente conocida por el sentido conciliador, familiar y conservador de todo su cine, que alguna ocasión ha sido señalado de reaccionario. Consciente o inconscientemente, ese nicho de mercado es suyo, es multimillonario y lo explota como nadie, con una gran inteligencia y don de la oportunidad. Es imposible que ningún niño nacido en las últimas cinco décadas en cualqueir país del mundo esté fuera del alcance del imaginario planteado por esta admirable compañía, con todo lo que ello tiene de positivo o de negativo, según se mire.
Disney no puede ni debe renunciar a esa situación de privilegio, a ese papel de segunda paternidad que todos le hemos otorgado cuando queremos entretener a nuestros hijos con la seguridad de que ese entretenimiento es positivo, una buena influencia en su educación. Ahí está Disney con varias décadas sin fallar, y su necesidad como empresa es seguir estándolo.
Fotos de la presentación en Madrid
Crítica
En ese sentido El viaje de Arlo es la primera película de la bienavenida pareja que cumple este requisito, esta seña de identidad de la compañía matriz.
En un supuesto pasado prehistórico donde el meteorito no acabó con los dinosaurios, una pareja de ellos construye su vida alrededor de un pequeño rancho y tierras de cultivo cuando salen de sus huevos sus tres primeros cachorros. El más débil de ellos es Arlo, un pequeño dinosaurio de poca valentía y pobres capacidades físicas que se verá desafiado por su propia familia para conseguir poner su orgullosa huella en el granero como símbolo de su aportación al grupo.
A través de esta fábula (donde de una manera original y sorprendente también está implicado el ser humano) Pixar firma su película más política y socialmente conservadora, su particular ‘rey león’, donde el valor insustituible de la familia, la generosidad con los extraños y la bondad prudente como principio básico quedan nuevamente perpetuados para la generación que toca.
No queda aquí sólo la apuesta de El viaje de Arlo. Con astucia, Disney se monta definitivamente en el género dino que hasta ahora se le había escapado y que acaparaban otras compañías, especialmente en la faceta de vender merchandising. Y continúa con su particular manera de contar la historia de los pioneros americanos, algo que ya ha afrontado en cintas como Pocahontas (Mike Gabriel y Eric Goldberg, 1998) y que en El viaje de Arlo retoma en forma de western, en las que son probablemente las mejores secuencias de la película.
Tráiler
El viaje de Arlo es, en definitiva, otra gran película de la factoría Pixar pero en la que más se han dejado notar las huellas de la empresa matriz marcando férreamente los requisitos para concebirla. Esto ha hecho que su originalidad y capacidad de sorpresa se resientan, a excepción de la genial música del cada vez más inspirado Mychael Danna, pero no sus posibilidades de emocionar y satisfacer a millones de espectadores de todas la edades: a los más pequeños por su vivacidad, imaginación y ternura, a los mayores por la tranquilidad en los mensajes transmitidos.