Si hay algo que caracteriza a los cineastas europeos es definir desde sus primeras películas lo que va a ser el asunto central sobre el que va a girar su filmografía. En el caso del cineasta aleman de origen turco Fatih Akin no es otro que el desarraigo y sus consecuencias sociales e individuales, aunque es un realizador lo suficientemente joven y formado como para detectar muchos más temas en su cine.
Tras las celebradas Contra la pared (2004) y Al otro lado (2007), Akin realiza una narración mucho más ambiciosa con El padre (2014), donde definitivamente proyecta a nivel mundial el asunto del desarraigo por vía de un padre, Nazaret (Tahar Rahim), que se ve despojado de su familia durante el genocidio armenio de principios del siglo XX por parte del Imperio Otomano en Turquía. Tras esta vejación y varios años como prisionero y prófugo, se ve empujado a la búsqueda de sus hijas gemelas supervivientes, lo que le lleva a un viaje de desesperación y coraje a través de los cinco continentes.
La ambición de Akin al narrar el periplo de este padre es enorme. Exhibe a través de su protagonista una visión piadosa y compasiva hacia el ser humano cuando comete aberraciones como la sufrida por los armenios en esta ocupación, un protagonista que rehuye la violencia y venganza hasta límites heróicos cuando la dominación turca finaliza. Habiendo renegado de Dios tras todo lo sufrido, su compresión de la indefensión humana ante una guerra permanece intocable, algo que queda perfectamente explicado en la secuencia del apedreamiento, una de las más logradas y mejor interpretadas de todo el film.
Pero una vez que Nazaret abandona su tierra natal para buscar a sus hijas gemelas, Akin intenta un salto mortal en la narración. Su protagonista viaja por el desierto de Mesopotamia, Cuba y Dakota del Norte para localizarlas. Y en ese viaje por estas distintas culturas, mudo debido a una ejecución fallida, es donde el realizador equipara de manera admirable el desarraigo sufrido por Nazaret con el de otros pueblos en otros continentes. Akin nos deja un admirable paralelismo entre las secuencias de la violación durante la construcción de una carretera por presos armenios con la que se repite durante la construcción del ferrocarril en Dakota del Norte por parte de los trabajadores ferroviarios a una india norteamericana. Un formidable reflejo.
Esta es, sin duda, la mejor idea que persistirá en la memoria del espectador sobre esta película, mucho más allá de la búsqueda de un padre para reintegrar una familia, historia personal que peca de reiterativa en su desarrollo y que bebe de referencias demasiado conocidas, sin ir más lejos la extraordinaria Centauros del desierto (John Ford, 1956). Aunque no hay que negarle a su creador el hallazgo de explicarla emocionalmente al descubrir su protagonista el cine viendo El chico (Charles Chaplin, 1921), logrando una empatía que se resiente el resto del metraje por la juventud del actor Rahim, al que es difícil ver como un padre por el que han pasado ya varios años de hambruna, vejaciones violentas, traumas y sufrimiento constante.