Evitando evaluar si la participación de Nicolas Cage en una película puede resultar un reclamo para el público o no, el verdadero interés de ver El Pacto para un aficionado al cine recae en la figura de su director, Roger Donaldson.
Donaldson es un realizador de origen australiano que durante los años 80 fue uno de los más reclamados en Hollywood. Su buen pulso para el thriller y la acción, ahí están Motín a bordo (1984) y, sobre todo, la milimétrica No hay salida (1987), fueron títulos valorados por entendidos y público que le hicieron trabajar con asiduidad durante una década, hasta que su estilo y rigor se desvaneció en encargos de menor nivel al ir entrando en los 90, como el vehículo para lucimiento de Tom Cruise titulado Cocktail (1988).
Quizá un cambio de gusto en el público a favor de narraciones menos canónicas, quizá la irrupción de lo digital, quizá la preferencia por directores menos discretos que Donaldson, leáse Quentin Tarantino o Tim Burton, por ejemplo, fueron relegando al australiano a un segundo e incluso tercer plano.
El caso es que las necesidades económicas anuales de las productoras cinematográficas puede que hayan favorecido la reaparición de profesionales solventes como este realizador, capaces de sacar brillo a una película de entretenimiento adulto sin que se desvíe un solo dólar de la producción.
Puede que sea ese el motivo de una revitalización del director, del que nos llega este El pacto, quizá corrigiendo un más obvio Seeking Justice del original. Pacto que no es otro que el que su protagonista (Nicolas Cage) realiza con un desconocido (Guy Pearce) para matar al delincuente que ha agredido a su pareja (January Jones) a cambio de un servicio que le pedirán en el futuro. El protagonista acepta el acuerdo llevado por el dolor de la agresión sufrida sin evaluar si lo que se le pedirá a cambio será un servicio equivalente para otra persona.
Plantea la cinta un dilema moral parecido a la fallida pero interesante The Box (Richard Kelly, 2009), poniéndonos en la cara la diferencia de criterio que mostramos ante la justicia y sus métodos cuando los afectados por un delito somos nosotros. O si los inevitables plazos necesarios para que la justicia sea realmente justa, valga la redundancia, son los mismos que para curar las heridas emocionales de las víctimas. Un eterno dilema que genera cada día al menos tres titulares en los periódicos.
Así tenemos en El pacto un thriller aseado, correcto, muy entretenido, con sus escenas de acción relevantes (resueltas digitalmente), su conflicto dramático, su debate ético y, que no falte, su giro inesperado de guión cuando faltan 5 minutos para acabar. Un espectáculo muy digno que suma en la carrera de sus actores (algo que no es baladí en el caso de Cage) y que nos devuelve a un artesano del cine quizá a la espera de una nueva oportunidad para demostrar su destreza, que la tiene.