Uno de los resultados de la globalización, sin entrar en valoraciones, es la adopción por parte del público mundial de la imaginería de los superhéroes propia de la cultura norteamericana. A falta de una mitología de ancestros históricos y literarios, los superhéroes engendrados por las editoriales Marvel y DC Cómics durante el siglo XX son, para la cultura estadounidense, una fuente de valores que describen y ensalzan sus principales virtudes humanas y sociales. Basta recordar que uno de ellos se llama Capitán América o que tienen nada menos que al mismísimo Abraham Lincoln protagonizando historias con magníficas habilidades para cazar vampiros.
En base a esta tesis podríamos colegir que Stan Lee es una suerte de Homero moderno y hacer algún juego entre la supuesta ceguera del poeta griego y las eternas gafas ahumadas del neoyorquino. Pero ese es otro artículo y éste se lo debemos a otro tipo importante: Christopher Nolan.
Ya nadie duda de que Christopher Nolan es un autor, con lo que de peyorativo tiene ese término en una industria como la de Hollywood, donde alcanzar ese estado significa alejarse de los grandes y, a veces, hasta medianos presupuestos. Ahí están David Lynch, Wes Anderson, David Cronenberg y otros tantos que generan un cine interesante sin que los grandes estudios se atrevan a apostar por ellos. Sin embargo, Nolan ha conseguido cierto nivel de autoría, entendido éste como la repetición de unas señas de identidad comunes en sus películas, sin que los estudios dejen de invertir grandes presupuestos en sus proyectos. Ni el mismísimo Martin Scorsese es capaz de conseguir esa financiación con tanta rotundidad hoy día.
¿Y qué hace a Christopher Nolan diferente? En primer lugar, un sentido del espectáculo que casi nunca es gratuito, al servicio de la historia. En segundo, un endiablado conocimiento de las estructuras del guión, que le lleva a manejar la narración como si se tratase de un puzzle, de un mecanismo de vasos comunicantes, o incluso como un juego de muñecas rusas en el caso de Origen (2010), en la que hay 3 guiones uno encerrado dentro del otro. Y el tercero, un amplio conocimiento de la ambigüedad humana y nuestra capacidad para cambiar de opinión y evolucionar en un sentido u otro según nos convenga, lo que dota a sus personajes de un interesantísimo arco dramático por pequeña que sea su participación en la trama.
Si El Caballero Oscuro (2008) ya contenía las sólidas señas de identidad de su cine, donde ni el bien ni el mal vencen porque se necesitaban mutuamente para existir, El Caballero Oscuro: La leyenda renace viene a ser su quintaesencia, la puesta en órbita de todas sus habilidades. Y eso habiéndonos dejado antes esa maravilla que es Origen (2010), donde asistimos a la suspensión de la realidad por vía de trucos cinematográficos que hubiera firmado el mismísimo Georges Meliés.
El Caballero Oscuro: La leyenda renace es un espectáculo total, redondo, completo y sin estridencias ni salidas de tono. Un espectáculo donde lo lúdico viene tanto por la parte sensorial y física, destacando otra vez la impresionante y sobrecogedora banda sonora de Hans Zimmer o el cuidadísimo diseño de sonido; como por la intelectual, revelando paulatinamente una historia que crece gracias a que todos los personajes tienen que renacer de algún modo para lograr su objetivo.
Podríamos destacar cualquier apartado técnico, interpretativo o artístico de esta producción sin temor a equivocarnos, pero si hay algo que señalar algo verdaderamente sobresaliente es la interpretación de Tom Hardy como Bane.
Tom Hardy es un habitual del cine de Nolan, pero es dudoso que le hubiera asignado este rol de no ser por el cambio físico que el actor realizó a raíz de Warrior (Tommy Conlon, 2011). La rotundidad física de su musculatura y los matices encontrados en su voz y ojos, únicos recursos que le quedan al actor debido a la aparatosa máscara de su personaje, le sitúan en un puesto de honor en la galería de villanos del cine reciente. Disfruten de sus dos peleas a puño limpio con Batman, no es frecuente encontrar secuencias tan físicamente vivas.