Si hay una película española que supuso un punto de inflexión en nuestra industria esa fue El día de la bestia (1995). El olfato del productor Ándres Vicente Gómez y la pericia de unos cineastas bregados en el cortometraje y alimentados de cine norteamericano en los 80 como Santiago Segura o Álex De La Iglesia fraguó una de las primeras cintas con temas y personajes genuinamente españoles pero con la forma y ritmo del cine comercial de gran consumo, conectando, por fin, con el público español más joven.
De La Iglesia después confirmó ser uno de los cineastas españoles más sólidos gracias a una filmografía intachable donde prima una visión cínica y refrescante de aspectos de nuestra sociedad, a lo que añade un fino olfato para crear arquetipos, obra también de su inseparable e imprescindible guionista Jorge Guerricoechevarría.
Salvo un par de aventuras internacionales no del todo logradas, De La Iglesia brilla cuando hinca el colmillo a la chicha de la españolidad, a nuestros puntos débiles, para comérselos sin necesidad de cubiertos, dejando chorrear en el patio de butacas la sangre y grasa de nuestras mezquindades.
Cartel
Crítica
El bar es otro de esos mordiscos feroces a nuestro país. Una biopsia, una citología más bien, si nos atenemos al preciso lugar en que los guionistas han situado la acción, una plaza a espaldas de la Gran Vía donde, en pocos metros, todo el esplendor de la capital pierde súbitamente su brillo.
Con un reparto primoroso donde cada actor ejecuta su rol con gran precisión de tono y ritmo, es Jaime Ordoñez quién se lleva mayor protagonismo debido a su entrega y la fisicidad del personaje. Mario Casas y Blanca Suárez no desperdician el regalo de unos personajes memorables, que brillan incluso bajo la excelente fotografía de tono verdoso y enfermizo que ha compuesto Ángel Amorós para acompañar a la narración.
Atando a sus actores al ritmo primoroso de la cámara, rematado en montaje por Domingo González, y con un guión férreo con los actos marcados por fundidos en negro, De La Iglesia firma una de sus películas más afinadas de los últimos años.
El bar consigue superar los ya casi tradicionales finales sin rematar del director vasco. Esta vez lo logra, lanzándonos un divertido y feroz mordisco para demostrar que detrás de cada pose, de cada excusa, de cada actitud vital por sofisticada que sea, siempre hay lo mismo: supervivencia y miseria.