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Crítica DUNKERQUE (Christopher Nolan, 2017)

Dunkerque

Cine con minutero

Tiempo que va hacia atrás, el tiempo como venganza, la ilusión del tiempo, el tiempo que sueña con el tiempo, el tiempo como dimensión, el tiempo como drama. Todo en la filmografía de Christopher Nolan gira alrededor del tiempo.

Este ingeniero de la narración cinematográfica lleva urdiendo hace unos años una serie de películas inexcusables para cualquier espectador que se precie de serlo. En ellas, en sus guiones, en sus imágenes, están las semillas del cine que ya se hace y del que ha de venir.

Dunkerque es una de esas obras ineludibles. Otro artefacto milimétrico sobre el uso del tiempo en el cine, en la dramatización de las historias, en el encauzamiento de las emociones. Otro reloj de precisión sobre la historia de una batalla, la de 400.000 soldados atrapados en un playa sin transporte y cercados por el enemigo. Empieza la cuenta atrás. Nolan se ajusta su lupa de relojero. Acción.

Cartel y fotos

Crítica

Dunkerque ajusta 3 historias que suceden en secuencias temporales diferentes hasta desembocar exactamente en el mismo momento. La semana que dura la espera de los soldados ingleses en una playa sin salida, el día de viaje de los civiles que fueron a rescatarlos en sus modestas embarcaciones y la hora de vuelo de uno de los pilotos de los Spitfires derribando alemanes en el canal de La Mancha. Una semana, un día, una hora.

La música de Hans Zimmer truena en la pantalla metiendo el reloj de Nolan en el corazón del espectador, martilleando su mente. Trasladando la tensión dramática del personaje, la acción de la secuencia, a la sala. En Dunkerque se habla poco, muy poco, casi nada. Pero se entiende todo. Incluso demasiado.

Se entiende el miedo de los jóvenes soldados perdidos, atrapados en una playa a la que se desemboca desde una iglesia encuadrada por dos mástiles. Una cárcel metafórica a cielo abierto donde la condena es el olvido, el abandono de su patria, la miseria en forma de frío y hambre retratado en siluetas negras, anónimas, sobre el gris arenoso de la ventosa playa. Miles de destinos al albur de la marea.

Una obra que asombrará durante mucho tiempo por la precisión de su funcionamiento, como fascina mirar el mecanismo de un reloj en marcha

Se entiende el pánico del soldado que ve impotente como la embarcación que lo ha rescatado va camino del horror del que se salvó. Y la compasión de quién pilota esa chalupa porque sabe que lo que allí se defiende es algo más que una batalla perdida. Es una razón de ser.

Se entienden las dudas de un piloto a bordo de su avión de combate. Las ráfagas de miedo entre los disparos hechos y recibidos. El valor y el honor fieramente mordidos por el instinto de supervivencia. La vida pegada a un manojo de aparatos, agujas de medición y circuitos eléctricos. La pulcritud del deber en medio del océano vacío y el silencio.

Dunkerque cambia la estructura de muñecas rusas del guión de Origen (2010) por el mecanismo de un reloj donde la rueda mayor, el desalojo de la playa, desencadena el movimiento en decenas de ruedas pequeñas, en las historias particulares de sus protagonistas. Una obra que asombrará durante mucho tiempo por la precisión de su funcionamiento como fascina mirar el mecanismo de un reloj en marcha. Y que emociona por la decantación de los espacios temporales que maneja hasta escuchar el último tic-tac de Zimmer sobre las palabras de Churchill.

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