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Crítica STAR WARS EPISODIO VII: EL DESPERTAR DE LA FUERZA

Un nuevo catecismo de la moral y la corrección política para la primera generación nativa digital de la historia.

Star Wars Episodio VII: El despertar de la Fuerza

El día que George Lucas vendió su empresa a Disney y con ello la continuidad de sus populares películas galácticas, ha de verse en el futuro como la bajada de Moisés del Monte Sinaí con las tablas mandatorias: el anuncio de una nueva era moral.

Cada generación necesita sus mitos y en los últimos 40 años hemos elegido que uno de ellos sea Star Wars y toda su parafernalia. Una biblia por episodios, numerados con cifras romanas para más pistas, que sustituyen a los textos sagrados. Ya no se dice sentir Fe, se dice sentir la Fuerza. La santa madre iglesia de Disney nos administrará el legado del dios Lucas a través de su profeta, J.J. Abrams.

Vivimos en la era de la comunicación donde hasta un Papa ha sido sustituido por otro más telegénico. Gobernar es comunicar, comunicar es vender, vender es existir. Vende y gobernarás. Hablemos de Apple y Amazon. De Alibaba, de WeChat. De Facebook y las redes sociales. Hablemos de Disney y Star Wars.

Star Wars El despertar de la fuerza (2015)

Si hay una compañía en el mundo que tiene una estrategia de ventas sobre su catálogo que abarca décadas, esa es Disney.

Disney conoce a la perfección los mecanismos míticos del cine sobre los espectadores y mide con exhaustividad y excelencia cuando hay una nueva generación preparada para recibir alguna de las perlas de su catálogo. Si disfrutaste, por ejemplo, de La dama y el vagabundo en tu infancia o juventud, no te canses buscándola para rememorarla: no la encontrarás. Disney espera el momento adecuado para enseñársela renovada y mejorada a una nueva generación. Y esto es lo que ha hecho con Star Wars cuarenta años después.

No podía ser otro que J.J. Abrams quien se encargase de esta operación. El productor y director ya ha dado extraordinarias muestras de entender el cine de este modo, como una revisión mejorada y actualizada de mitos populares que el público demanda. Así ha sucedido con Star Trek, también a su mando en su nuevo renacimiento, o con esa gran película que revivía el cine de los ochenta en todo su espíritu, Super 8 (2011). A fin de cuentas, lo que todos queremos es volver una y otra vez al sitio donde fuimos felices, a pesar del consejo de la canción de Sabina.

J.J. Abrams ha diseñado para Disney un reinicio de las películas de Star Wars para las nuevas generaciones que está llamado a convertirse en un nuevo catecismo popular. En esta primera película no se han corrido riesgos y se ha desmembrado el Star Wars original pieza por pieza, secuencia por secuencia, para pulir y abrillantar cada una de ellas y volver a montarla en una nueva máquina que subyugue eficazmente el gusto de millones. Y lo ha conseguido con creces.

En Star Wars Episodio VII: El despertar de la fuerza ya no hay errores como que un protagonista sea el primero en llevar a cabo una acción violenta, ese disparo a bocajarro de Han Solo que tantos disgustos y bromas han causado, acuñados en ese Han shot first que se propagó hasta en camisetas tras la eliminación de la imagen en las ediciones posteriores. Ya no hay errores como la sospechosa supremacía de blancos, rubios y de ojos azules entre los héroes de la República. O como que las mujeres vayan siempre corriendo de la mano de un hombre al huir de los soldados imperiales. El Episodio VII no es más ni menos que una versión aumentada, mejorada, pulida, abrillantada y, sobre todo, corregida, de la película que dio origen al mito.

Un nuevo catecismo de la moral y la corrección política para la primera generación nativa digital de la historia.

Es paradójico que Star Wars narre la lucha de unos soldados individuales, con virtudes diferentes y reconocibles, representando a una República de planetas en el lado positivo de la Fuerza, frente a un Imperio dictatorial que somete a otros sistemas planetarios desde el Lado Oscuro, porque para muchos cinéfilos la serie Star Wars representa metafóricamente en la industria del cine exactamente lo contrario.

A finales de los 70, cuando Star Wars triunfó y se realizó El imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980) muchos vieron en ese título la confirmación de la puesta en marcha de una maquinaria de rentabilidad rápida y su mercadotecnia adyacente que finiquitaba un nuevo cine. Un cine inseminado de talentos individuales, diferentes y reconocibles, una república de cineastas como Coppola, Scorsese, Allen, Schrader, Polanski, Lynch, Peckimpah, Cronenberg… en cuyas películas el individuo y sus problemas sociales y de conciencia eran los protagonistas.

Hoy que celebramos la reconstrucción de esta pieza clave del cine popular que nos hace felices a tantas personas, conviene también recordar que, 40 años después del contraataque del Imperio, muchos de los cineastas mencionados apenas pueden rodar a menos que cuenten como cómplice protagonista a Leonardo Di Caprio.

Si lo interpretamos de ese modo, el Lado Oscuro está ganando.

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