Un niño problemático y su familia se convierten en el objetivo de un monstruo que se materializa a través de objetos electrónicos, tales como teléfonos móviles y tablets.
Crítica
El camino para convertirse en un reputado director de cine no es sencillo. Como en cualquier industria en la que se ponen millones de dólares en unas pocas manos, los inversores se aseguran de que sean las mejores posibles.
Escritor, editor y director de 10 cortos, alguna película menor y mucha publicidad, Jacob Chase esta recorriendo paulatinamente ese camino.
En ese recorrido, tras los cortos siempre viene cinta de género donde el director pueda demostrar destreza con los costes de producción y olfato para la taquilla. Eso es Come Play, una cinta de terror al uso que sirva como carta de presentación a Chase para proyectos de mayor envergadura.
A pesar de una premisa que probablemente le valió el interés de los productores tras ver cómo funcionaba en su cortometraje Larry, Chase no consigue cuajar un relato contundente y sólido al pasar al largo.
Tras un prometedor arranque donde el terror surge del uso indiscriminado del la tecnología móvil, como aquellos muertos venían del Más Allá por el televisor en la mítica Poltergeist, el relato se va disipando por lugares comunes y una puesta en escena sin ambición ni tensión.
Salvando el trabajo del niño protagonista Azhy Robertson, todo lo demás en Come Play termina siendo tedioso, incluso los previsibles sustos y el inevitable giro final, por lo que habrá que esperar otra oportunidad para que Chase siga avanzando en su carrera.