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Crítica CASA DE TOLERANCIA

Casa de tolerancia

Las putas son tan inseparables del cine como su propia condición de espectáculo: dicen los entendidos que ya en 1900 apareció la primera de ellas en una película. Sin embargo, el interés siempre ha sido transversal: no hay gran historia sin al menos una puta, ahí está el Nuevo Testamento para corroborarlo; pero nunca han dado como para un género o subgénero entero, como las películas de submarinos dentro del cine bélico, por ejemplo.

Y es una pena, porque los prostíbulos o casas de tolerancia, como elegantemente se llamaban en París de principios del XX según indica el título de esta cinta, siempre han sido un rompeolas no sólo de fluidos íntimos, sino de infinidad de historias personales, pasiones, obsesiones y regocijos que darían para un no dormir. Pero han quedado muy pocas historias concretas y casi ningún nombre propio debido a su carácter siempre oculto, prohibido, impío.

Aquí en España, tuvimos el brillante retrato que Camilo José Cela hizo en La Colmena, tan bien llevado por Mario Camus a la pantalla. Y ahora tenemos este trabajo del cineasta francés Bertrand Bonello, que recrea la convivencia de una decena de prostitutas en una de esas casas de citas.

Crítica

Casa de Tolerancia L’Apollonide incide en el retrato común de las mujeres que ejercían el oficio, con las salvedades de la categoría del local: jóvenes sin recursos que se prostituían para escapar de su situación social, económica, familiar… Algo parecido a lo que la carrera militar ha supuesto para los hombres durante mucho tiempo, con la diferencia obvia del rechazo social. Como es sabido, luego la realidad era otra para esas chicas (y para muchos militares). Que se repite en nuestros días, por cierto.

De este modo, regidas por la mano firme de un ama (Noémie Lvovsky) la convivencia entre ellas se convertía en una hermandad de orfelinato, un apoyo para resistir aquella vida de alquiler sexual de lujo por la noche y máxima austeridad por la mañana.

Y precisamente esa es una de las virtudes de esta cinta: la recreación y distinción entre el mundo de las chicas que convivían paupérrimamente en la buhardilla de la casa compartiendo cama y jabón desinfectante; y el del salón de la planta baja, donde se transformaban a la noche para atender entre terciopelos, encajes y champán a sus burgueses invitados.

En ese espacio casi carcelario, virtuosamente recreado por la dirección de arte, el vestuario y la fotografía (Josée Deshaies), transcurren los últimos años de un modo de prostitución en decadencia, desaparecido por la ilegalidad y el ejercicio callejero de la profesión.

El realizador parece reivindicar con esta historia la utilidad de una prostitución regulada, pues muestra una visión triste pero emocionalmente positiva de quiénes la ejercían, además de una situación mucho más controlada y segura de su ejercicio, tanto para las mujeres como para los clientes, según se deduce de las imágenes de su epílogo.

En su narración es destacable la precisión de los encuadres y la inspiración pictórica de todos los planos, algo que ayuda a recrear el ambiente cerrado de la convivencia. Se le puede reprochar cierto afán de autor en la repetición de planos desde distintos puntos de vista y alguna licencia en el montaje que le lleva a utilizar un episodio dramático con un cliente a modo de McGuffin de forma innecesaria.

También resulta reprochable el retrato amable de todas las chicas, a quiénes el guión dota de la belleza necesaria para estar allí, pero también de una inexplicable inteligencia, formación cultural y educación que es bastante improbable que fuese cierta. A Cela le bastó un diálogo en la obra mencionada para dar cuenta de este hecho:

– ¿Por qué la llamáis la uruguaya?

– Porque es de Buenos Aires.

Sin embargo, es de reconocer el acierto con la anacronía de usar dos canciones de los 70 en la puesta en escena, ya que ilustran con brillantez los sentimientos de las protagonistas en esos momentos.

Las interpretaciones son de un buen nivel, destacando las dos bellísimas actuaciones de Céline Sallette y la debutante Alice Barnole. Dejamos al lector la libre interpretación de que el casting incluya a más de 10 cineastas (directores y guionistas) entre prostitutas y clientes.

Tráiler

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